Registra su antecedente en el latín bellus, entendiendo la idea de lo hermoso, y el sufijo -eza, para atribuir relación. En otras palabras, decimos que algo es bello cuando despierta nuestra sensibilidad estética. Responde, también, a la influencia de los estándares sociales, el saber y la subjetividad individual, identificando cambios de valoración a lo largo del tiempo, por lo tanto la manifestación de la belleza tiene que leerse según la época o momento, y las circunstancias socioculturales específicas.
Observar que la estética, apreciada en el latín moderno aesthetica, con respecto a la raíz griega aisthētikḗ, es una rama de la filosofía que se centra en la reflexión sobre la actividad artística, pues dicha actividad tiene como fin la creación de cosas bellas, como una obra pictórica, una escultura, una composición musical o un poema.
La estética como disciplina no solo se centra en las obras del arte sino también en los valores e ideas que éstas transmiten, pretendiendo expresar un fenómeno singular: la sensación experimentada y la práctica del saber a la interpretación dada ante la presencia de algo cautivante.
Los cánones de belleza femenina en la prehistoria y en la Grecia clásica
La hermosura del cuerpo humano está sujeta a los esquemas culturales de cada momento histórico. Desde la prehistoria hasta nuestros días podemos observar cómo el ideal de belleza femenina ha ido cambiando.
A través de las pinturas rupestres y de algunos restos escultóricos podemos conocer los criterios estéticos sobre la belleza femenina en la Edad de Piedra. Así, sabemos que desde el punto de vista masculino se apreciaba a las mujeres con grandes senos y caderas anchas, pues estos rasgos físicos se asociaban a la fertilidad. En este sentido, la Venus de Willendorf es un ejemplo significativo del canon de belleza en la prehistoria.
En el Antiguo Egipto se basaba en la armonía y la proporción de los rasgos físicos
En este sentido, se entendía que la mujer ideal debía tener las siguientes características: una altura equivalente al tamaño de dieciocho puños, una complexión delgada, caderas anchas y senos pequeños y torneados. Para realzar su belleza las mujeres egipcias utilizaban tratamientos cosméticos, pelucas y adornos (una costumbre entre hombres y mujeres consistía en maquillarse los ojos de negro, lo cual también tenía relación con el dios horus).
En el mundo clásico el ideal estético se aprecia de manera singular en la escultura griega. Las formas bellas del cuerpo femenino eran aquellas que presentaban una armonía geométrica (en su «Historia de la belleza» Umberco Eco pone de manifiesto que el ideal de belleza griega surgió con las propuestas de Pitágoras, quien relacionó las matemáticas con las formas bellas).
El canon de belleza femenina en la Grecia clásica presentaba las siguientes características: mujeres robustas, con nariz afilada, ojos grandes, el mentón ovalado, los senos pequeños y torneados y el cabello ondulado (la Venus de Milo es el ejemplo más notable de la cultura clásica).
En la Edad Media la idea de belleza se impregnó de los principios del cristianismo
Las mujeres y los hombres debían cuidarse de salvar sus almas y, en consecuencia, el cuidado del cuerpo pasó a un segundo plano. Sin embargo, debido a la influencia de la cultura musulmana algunas mujeres comenzaron a utilizar aceites, perfumes y maquillajes para mejorar su apariencia.
En el mundo occidental la mujer hermosa era la que tenía la piel blanca, los cabellos largos y preferentemente rubios, el cuerpo delgado, los senos pequeños y las caderas estrechas.
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Referencia APA
Benjamin Veschi, 12/2018, en https://etimologia.com/belleza/