Procede del latín como integrĭtas para referirse a la rectitud y pureza de uno, asociándose al adjetivo del latín integer, sobre la idea de lo intacto, identificando el prefijo in-, por privar o negar, y el verbo tangere, que señala la acción de tocar, con raíz en el indoeuropeo *tag-, por tocar específicamente. De este modo, integridad comprende la idea de una pureza, que no ha sido influenciada o alterada.
Sin lugar a duda, es una de las virtudes más valoradas entre los seres humanos porque garantiza en quien la posee una absoluta transparencia en el actuar que anima a depositarle nuestra confianza a sabiendas que no nos defraudará. La persona íntegra actúa guiada por prinicipios orientados hacia la consecución del bien común y el bienestar, y no se aleja de este camino aún en contextos adversos. Mueve a hacer lo que corresponde y no lo que conviene, a respetarse a si mismo, a los otros, y a saber dominar las emociones para que no lo traicionen.
Un derecho fundamental protegido por la legislación
Desde el punto de vista jurídico la integridad física y moral son derechos humanos que nadie puede limitar ni atacar, y en caso que así ocurriese deberán recibir un castigo de acuerdo a lo que estipule la ley vigente por el daño causado.
La historia de la humanidad alberga una larga lista de ataques masivos a la integridad física y moral de las personas y comunidades, muchas veces en nombre de una ideología, de una creencia religiosa, entre otras.
Como consecuencia nació la necesidad de protegerla y así es que en el orden local e internacional existen acuerdos y documentos que se ocupan de su protección frente a cualquier acción que la amenace.
El derecho internacional se ha ocupado de preservar este derecho muy especialmente después de la Segunda Guerra Mundial durante la cual miles y miles de personas padecieron un calvario físico y espiritual sistemático, por parte del Nazismo que implementó un plan de exterminio ciertamente diabólico y cruel que dejó miles de víctimas.
El estatuto del Tribunal Militar de Nuremberg que data del año 1945, la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada en el año 1948, a través de su artículo 5°, y Los Convenios de Ginebra del año 1949, consagran a la integridad como un derecho que no puede ser violado.
Las nuevas ideas abrieron el debate
Ahora bien, esto no siempre fue así, por procesos autoritarios como el mencionado Nazismo, pero también por la dificultad que prevaleció en épocas pasadas donde prácticamente no existió la discusión en este aspecto porque aún no se había instalado un pensamiento al respecto.
La carencia de madurez social y el dominio que sobre la población ejercieron durante siglos los gobiernos aboslutisas y monárquicos también afectó el debate.
Recién hacia finales del siglo XVIII con la Revolución Francesa y la arremetida de muchos movimientos intelectuales, como el Iluminismo, se empezó a gestar una conciencia colectiva relacionada que con el tiempo se iría solidificando y sumando voces a favor.
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Referencia APA
Benjamin Veschi, 11/2018, en https://etimologia.com/integridad/